
Abrí la ventana, me miraste con mirada triste. Ambos sabíamos que había llegado el momento. Me miraste con mirada triste.
Entró el sol de a poquito. La habitación comenzó a calentarse. Me miraste con mirada triste, como quien tiene que mirar así. Dentro tuyo el sol se multiplicaba.
Me senté al lado de la ventana y en vistas de que no podías sino mirarme con es mirada decidí retirarme de la habitación.
Tome café. Me lave la cara. Prendí la radio y no la escuche. Subí nuevamente.
No estabas ahí para mirarme. En la almohada una carta vacía, que era lo que necesitaba leer.
Nadie tiene por qué dar explicaciones de la necesidad de volar. A veces la mejor verdad es la que no se dice.
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