Billy Brown había vivido una vida particular. Como hombre de 57 años, tenía una exitosa esposa, dos hijos, una hermosa casa frente a la playa y un perro que había sido su mejor amigo desde que su padre murió en aquel trágico accidente en Cloverville. Si, Billy Brown era un hombre normal.
Billy Brown era amante de la lectura, de los deportes, del buen licor, de la música y del cine clásico Inglés. Adoraba los habanos frescos y el dulce olor de las mañanas de noviembre. Pero algo que Billy Brown amaba por sobre todas las cosas era a su familia. Los amaba tanto que nunca lo llegaron a conocer de la forma en que yo lo hice, con sus defectos y equivocaciones, al aire libre y voraz, con esa perspicaz sonrisa y con los secretos que sólo en su alma, en Dios y en mí guardaba. No, para ellos, Billy Brown era un ejemplo a seguir, sin tache ni vacilación. Para ellos Billy Brown era la representación de la excelencia.
En su juventud Billy Brown era extrovertido, capitán del equipo de fútbol y el más prometedor en su carrera. Si, el destino de Billy Brown estaba escrito. En ese entonces dividía sus días entre la universidad, los torneos de tenis y sus amigos. Le gustaba mucho sentarse a escribir historias de terror y romance en el jardín trasero de la casa, sobre un chico muy peculiar, al cual, le puso como nombre Bobby Bright. Además, esperaba con ansias la hora del té, en la que discutía con su padre sobre política y las nuevas vanguardias económicas, y con su madre compartía las aventuras del día y repasaba la mitología griega. Pero algo que Billy Brown no podía soportar era el ruido provocado por su vecino a mitad de la noche, el ruidoso y amante del rock Marcus Folley.
Marcus era un chico sensacional, misterioso y con un buen carácter. Él y Billy se disputaban la popularidad en la universidad. En primer año eran como el frio y el calor, como el agua y el aceite, como la sal y el azúcar. Billy Brown era atractivo y buenmozo, mientras que Folley era sensual, atrevido, despreocupado y tenía aquel estilo hippie que lo hacía lucir irresistible.
Tanto Billy como Marcus eran de familias adineradas y reconocidas en el estado, pero eso nunca los acercó, ambos eran humildes de corazón y ricos en pensamiento, aunque Folley prefería escribir canciones a repasar la historia de la moneda capital.
Aún recuerdo cuando conocí a Billy Brown. Fue en las vacaciones de verano del 2005 en mi casa de Los Hamptons, ambos teníamos 19, al igual que Folley. Llegó con una formal sonrisa en su rostro preguntando por mi hermano mayor, ya que, éste le había prometido surfear las mejores olas de la costa. Le dije que había salido a comprar cosas para la fiesta de la noche, le pedí que por favor lo esperara en el lobby mientras mi hermano hacía su regreso a casa. Mientras caminaba a través del pasillo, Billy se imaginaba la magnitud de las olas en esa época; pero lo que nunca se imagino Billy Brown fue encontrar a su tormentoso vecino tirado en el suelo esperando por mí que llegara con un boul lleno de nachos y refrescos.
Jamás pensamos reír juntos, ni compartir anécdota alguna sobre nuestras vidas. Por mi cabeza llegó a pasar la escena de una pelea entre ellos, pero el único disturbio que hubo fue el de nuestras voces tratando de cantar uno de los clásicos de Aerosmith. Si, ese día nos convertimos en los mejores amigos, a pesar de nuestras grandes diferencias, siempre supimos que había dos personas más que nos apoyaban en cualquier momento y que siempre estaríamos agradecidos de tenernos en nuestras vidas, porque esos mismos abismos entre nosotros era lo que más nos unía a diario.
En aquellos tiempos nos convertimos en uno solo, íbamos a los partidos de tenis de Billy y éramos sus admiradores principales, gritábamos hasta el cansancio y un poco más las canciones de la banda de Folley y ellos se volvían locos en mis clases de actuación, no sabían de dónde sacaba tantas facetas a la hora de interpretar a algún personaje y eso, los volvía niños en espera de dulces en mis escenas. Pero aún así, nadie conoció a Billy Brown de la manera en que yo lo hice.
Después de la universidad Billy se hizo este gran magnate de los negocios, Folley creó la más reconocida banda pop/rock del país, de la cual, es vocalista y yo, en ese personaje que siempre quise ser. A pesar de todas nuestras ocupaciones, los fines de semana siempre tratábamos al máximo de reunirnos en la casa de la playa de Billy o en el apartamento de Folley en N.Y, o incluso en mi restaurante en L.A. De alguna u otra manera siempre nos veíamos y nos reíamos como aquella primera vez en aquel viejo lobby. Billy contaba cómo bromeaba con los internos de su compañía, Folley fanfarroneaba con sus historias de amor y sus grandes admiradoras, y yo me creía un dios hablando sobre los grandes actores que me acompañaban en mis escenas. Si, aún en el más estúpido concepto, todos éramos risa y los más fervientes espectadores del otro.
La noche antes de la navidad del 2024, Billy vino a mi casa con los ojos iluminados y con ganas de encontrar a un viejo confidente. Me contó la historia de su vida y la historia de la muerte de su padre, su agonía y su minuto final. – La verdad ya sabía la historia de su vida y además sabía lo que había pasado con su padre porque Folley me llamó apenas supo la noticia por voz de la madre de Billy, pero preferí callar, preferí ser ese hombro que nunca se quiebra, preferí ser su mano derecha, preferí ser su confidente – Tras varias copas de vino, Billy me confesó que siempre había amado a una persona en particular, más que a sus padres, más que Emily Fatrane, su esposa, más que a nadie. Se le llenaron los ojos de lágrimas y recuerdos, y se le escapó el nombre de esa persona, Pete Dartmouth, mi nombre. Me besó, quedé atónito, una bufanda pasó por mi rostro, su mano por mi cintura, y sus labios por mi mejilla. Después de eso, no atrevimos a vernos a la cara. A costa de lo que había pasado, Billy Brown seguía siendo mi hermano y no podía dejarlo ir en ese estado. Así que le ofrecí agua, unas cuantas galletas y mis oídos para seguir escuchando sus hazañas. El reloj marcó las 2 de la mañana, Billy estaba durmiendo en mi cama, y yo, en el sofá de al lado tratando de comprender lo que había pasado.
A las 10 de la mañana de ese mismo día me desperté por el ruido del tráfico y me encontré con la sorpresa de que Billy Brown no estaba en la casa y que había dejado una carta encima del buró que estaba antes de llegar al baño de la habitación. Billy se había marchado, y desde esa mañana, él me seguía mandando cartas de todos sus viajes, de sus hijos, de sus nietos, y de Brad, el labrador que le había regalado su padre antes de su muerte. Además nos seguíamos reuniendo con Folley un fin de semana al mes para revisar nuestras torpes historias. Pero lo que pasó en esa noche de diciembre, nunca fue tocado por Billy ni por mí. Esa noche llegué a conocer al verdadero Billy Brown, por eso nadie lo conoció mejor que yo.
A nuestra edad ya no se nos permite soñar, sino arrepentirnos de lo vivido. ¡Que me perdone Dios si digo injurias! Pero ni con los años, ni con todos los pecados del peor criminal, me arrepentiría de haber conocido a Katherine Lulley, la que una vez fue mi amor por siempre. No me arrepiento de haber vivido como soltero toda mi vida, buscando el amor en cada mujer de cada esquina, no me arrepiento de haber agarrado la vida de la forma en que lo hice, pero por sobre todas las cosas, no me arrepiento de haber sido alguna vez la otra parte de Billy Brown y de Marcus Folley, no me arrepiento de haber sido su mejor amigo y me iré feliz a la tumba sabiendo que nada de lo que hice fue en vano y que por algún momento inexplicable sentí amor hacia alguien diferente a mí.
Esa es la historia de Billy Brown, esa es la historia de Marcus Folley, esa es mi historia. Y sin duda alguna puedo decir que nadie me conoció mejor que ellos. Pero en realidad, nadie conoció mejor a Pete Dartmouth mejor que yo, Billy Brown.